Hace un cuarto de siglo, el prologuista de esta Antología escribió los siguientes párrafos: “La diplomacia es el tapiz con el que, de prisa y corriendo, se engalanan las estancias en que acaece la historia. Ese tapiz, como todos los tapices, tiene un envés en el que las sedas de colores se enmarañan en formas caprichosas. Allí están las puntadas de la burocracia y los cabos sueltos de la frivolidad, pero también están los nudos del talento. De esos nudos del envés han salido las cartas del Navajero y de Valera, los versos de Darío y de Saint-John Perse, los ensayos de Maistre y las novelas de Stendhal, los dramas del Duque de Rivas y los autos sacramentales de Claudel, las crónicas de Foxá y los relatos de Morand. El ocio y el tedio de algunos destinos diplomáticos hace que en ciertos países se den esos destinos a escritores y que, en otros, se conviertan en escritores los diplomáticos que los desempeñan...”. Hoy podría esto aplicarse también, salvadas las distancias, a los diplomáticos seleccionados en esta Antología que aparece en un mundo cambiante cuando –en palabras del propio Aquilino Duque– “...la inmunidad del diplomático ha dado paso a la impunidad del terrorista...”. |