Se diría que el autor de estas historias y mini-relatos se propone inducir en el lector la sospecha de que la realidad y la irrealidad son simples contingencias alternativas, e incluso intercambiables (aunque no simétricas, como puedan serlo, en un espejo, el objeto y su imagen).
¿Estamos, por ejemplo, en condiciones de diferenciar la realidad y el sueño, que es quizá la irrealidad por antonomasia? ¿Cabe determinar de antemano cuál sea cuál? ¿Es ilícito pensar que la una y el otro podrían a la postre resultar recíprocamente reversibles –al menos, en la dimensión virtual de la lectura? ¿No serán, tal vez, como las dos caras - en rigor, una sola - de una cinta de Moebius?
Hay también momentos en que el autor parece empeñado en que el lector dé por buena la presencia del absurdo en lo cotidiano (con carta de residencia y libertad de circulación), sin miedo, al parecer, a que ese mismo lector termine por preguntarse qué sentido dar a todo ello: el del humor, en cualquier caso, bordea en ocasiones los confines de la insania.
Y ése es, seguramente, un riesgo que el autor no ha desdeñado correr en algunas de sus ficciones. No en todas, sin embargo. |